viernes, 30 de diciembre de 2011

LA LEALTAD A LAS EMOCIONES.

Por: Lázaro Sarmiento

Ese día sentí una felicidad expansiva, casi irídica. Había empezado a trabajar en una estación de radio ubicada en el lugar que para mí entonces era el centro del universo: La Rampa, en La Habana. Y aunque he sido infiel a muchas emociones, otras-como la primera vez "en el aire"- han quedado ancladas en la zona izquierda del cerebro donde, dicen, están las neuronas de la felicidad.

“… aprecio y respeto la humilde y tenaz fidelidad que determinadas personas –sobre todo mujeres- mantienen por sus gustos, sus discos, sus antiguas empresas, por las fiestas desaparecidas: admiro su voluntad de seguir siendo los mismos en medio del cambio, de salvar su memoria, de llevarse con la muerte la primera muñeca, un diente de leche, un primer amor.”

En la consulta del dentista, mientras esperaba mi turno con el terror, me hice acompañar de un libro que fue una de las lecturas deslumbrantes de mi juventud: Las Palabras (Les Mots) de Jean Paul Sartre, publicado en La Habana en 1970 en la Colección Testimonio del Instituto del Libro. Este texto era la primera parte de una autobiografía entonces inconclusa.

“He conocido a hombres que se acostaron ya tarde con una mujer envejecida por la simple razón de que la habían deseado en su juventud…A mi no me duran los rencores y lo confieso todo, complacientemente; estoy muy bien dotado para la autocrítica a condición de que no pretendan imponérmela.”

Disfruto de ese Sartre que, siendo en apariencia tan autobiográfico y personal, no deja de ser un malicioso manipulador. Pero no siempre podré afirmar como este discutido intelectual: “…soy constante en mis afectos y en mi conducta pero infiel a mis emociones…”.

Porque hay emociones a las que guardamos una reconfortante lealtad.



jueves, 29 de diciembre de 2011

LA FELICIDAD SE INVENTA EN UN MINUTO.

Por: Lázaro Sarmiento

Él, un héroe del beisbol que se jugaba en las cuatro esquinas del barrio. Yo, fama de inteligente y de contar historias que sorprendían al grupo. Un aire de leyenda había quedado entre los amigos de la secundaria por lo que parecía nuestra rivalidad por los labios de la muchacha de moda aquel año. En el cine Florida proyectaban Iluminación íntima, una película checa. Nocturno difundía Voy a pintar las paredes con tu nombre. Ahora, cuando aquellos amores estudiantiles no son más que cancioncitas en los programas memoriosos de la radio, dices en un segundo correo que yo era hermético pero que en esa época disfrutabas mucho encontrarte conmigo y que nunca has olvidado esos diálogos. Y citas pedazos de conversaciones. Dices más, que tenías también tu propio mundo interior.

Sin que hayan decretado un cataclismo universal o el colapso de la red, se interrumpe la comunicación entre nuestras computadoras. Me alejo de la máquina y de su perversidad. Resignarse es una estrategia. Hay un imán en medio de la ciudad y quisiera que la multitud me adoptara. Me recuesto en una columna republicana, con una cerveza entre las manos, rodeado de anónimos, en La Habana profunda. No le prestó atención a la voz que me pregunta la hora, “que si estoy dando una vuelta”. Yo lo que quiero es regresar a mi casa y encontrarme con un nuevo mensaje en la computadora para que vuelvan el barrio, el beisbol, los amigos , “el arte perdido de la conversación”... Y hasta estaría dispuesto a pintar las paredes.

La felicidad se inventa en un minuto.


lunes, 26 de diciembre de 2011

EL OTRO CORAZON.



Por: Lázaro Sarmiento


Hay días en que me pregunto dónde está el corazón de ciertas emociones. Algunas de estas experiencias son invisibles para los periódicos. Conozco gentes que lo han encontrado en los más diversos lugares: en la línea del ferrocarril, detrás del fulgor de una fosforera, o en basureros al amanecer. No les importa regresar con los zapatos manchados porque “un corazón es tal vez algo sucio” y pertenece al mostrador de los carniceros. A veces salgo a caminar por la ciudad en busca del mío. Sé que en alguna parte me espera un cuchillo.


sábado, 24 de diciembre de 2011

EN NAVIDAD IMITÁBAMOS AL PRINCIPE Y EL MENDIGO.

Por: Lázaro Sarmiento

En diciembre, mi primo y yo disfrutábamos imitando con nuestra ración de nueces de la bodega (¿o eran avellanas?) una escena de la película El príncipe y el mendigo. En la pantalla del televisor Emerson, dos niños de la Warner Bros trituraban con el poderoso sello real de Inglaterra la gustada golosina. Nosotros en un barrio de La Habana lo hacíamos con el mortero de la abuela para machacar las especias. Recuerdo de la infancia los turrones y frutos secos que en unas navidades de la década del sesenta el Gobierno Revolucionario debió comprar en algún lugar de Europa, para distribuir en todos los hogares de la Isla a través de la libreta de abastecimiento. Sin embargo, no encuentro en la memoria el momento en que desaparecieron del paisaje los arbolitos de Navidad tan cercanos a las nueces de fin de año. La vida generaba tantas emociones entonces que poco importó se borrara un decorado que nada tenía que ver con los ciclones y colores del trópico. Luego, cuando los pinos enanos y los adornos navideños -y hasta la nieve de mentira- volvieron a decorar con profusión viviendas y espacios públicos en Cuba, después de varios quinquenios, quedé sorprendido por la larga longevidad de las bolas de Navidad. No me refiero a las que comenzaron a a venderse en 1993 en las tiendas de divisas, si no a las que la gente guardó en cajitas con algodones durante una hibernación que duró décadas. Estaban intactas como en la lejana fiesta en que habían brillado por última vez.

Pienso en las manos que guardaron las bolas de Navidad y en su engañosa fragilidad.


viernes, 23 de diciembre de 2011

MIEL Y RON SOBRE LAS ROCAS EN LA HABANA.

Los fiestas de fin de año constituyen una buena ocasión para fantasear con la coctelería cubana y las recetas de ron.

LABIOS DE MIEL
En la coctelera:
Media onza de jugo de limón. ½ onza de miel, 2 onzas de ron blanco y trozos de hielo.
Batir enérgicamente y servir colado en una copa de coctel.

HAVANA CLUB EN THE ROCKS (Ron sobre las rocas).
En un vaso antiguo (Old Fashioned):
Trozos de hielo, 2 onzas de ron blanco, oro o añejo.
Revolver y adornar con una cáscara de limón.

Ambas recetas están incluidas en Coctelería cubana, 100 recetas con ron, de Fernando G. Campoamor, que la Editorial Científico-Técnica publicó en La Habana en 1984.

FELICIDADES.


Foto de principios de la década de 1960. Mi tía Rosita (la cuarta de izquierda a derecha) con su novio Iván en una fiesta en Madruga.
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