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miércoles, 29 de octubre de 2008

Alicia Alonso, nostalgia del futuro

Todo lo que emana de Alicia Alonso es grande. Los acontecimientos que tienen que ver con ella crecen y se magnifican.

Por eso interpreté como algo excepcional y natural a la vez las vibraciones que sentí hace unas horas cuando, camino del Vedado, cruzaba cerca del Gran Teatro de La Habana, donde un rato más tarde comenzaría la gala por el aniversario 60 de la fundación del Ballet Nacional de Cuba , una de las contribuciones de Alicia a la cultura cubana junto a Fernando y Alberto Alonso.

Mucho antes de las ocho de la noche, ya el teatro estaba acosado por un enjambre de amantes del ballet, ómnibus lujosos, funcionarios, embajadores, personas curiosas, familiares de los artistas, automóviles, oficiales del tránsito… Había en el ambiente esa luminosidad invisible que proyecta el arte y que contrastaba con el discreto alumbrado público que rodea el edificio de rara arquitectura en la manzana de Prado, San José, Industria y San Rafael, donde habitualmente tienen lugar las presentaciones del ballet cubano.

De pronto recordé una noche parecida de principios de la década de 1980 en la que vi bailar por primera vez a Alicia Alonso el adagio del Lago de los Cisnes. Disfruté aquella función con el deslumbramiento de quien asiste a la revelación de un misterio, a la escenificación de una leyenda.

Ella convertía unos pocos minutos en el escenario en un poderoso símbolo artístico.

Hay algo más en Alicia Alonso que está a la altura de su legado: esa fascinación por la vida convertida en una suerte de milagro cotidiano. Esta actitud es la única explicación que encuentro a su vitalidad increíble, a la militancia laboriosa con la dignidad de un pueblo, a su sentido del humor al decir que vivirá 200 años, a la invención de coreografías, y a sus constantes desplazamientos por el mundo. Ayer en las Pirámides, mañana en Madrid, hoy en La Habana .

Luego, al llegar a mi casa, todavía colmado de buenas vibraciones, y observar a la diva por televisión acompañada en el escenario por dos jóvenes bailarines, y verla señalando con los brazos hacia un punto impreciso, tal vez un planeta lejano donde ella hubiera querido bailar , corrí hasta la computadora para enviar este email : Alicia, me gustaría ser un mago poderoso para entregarle una porción del Tiempo tan grande como sus sueños .

lunes, 31 de diciembre de 2007


Alicia Alonso detiene el tiempo.

Por: Lázaro Sarmiento



Bajo la mirada cómplice de los satélites, llevando coreografías románticas y posmodernas de una ciudad a otra del planeta, mimada por el cariño de su pueblo, Alicia Alonso ha logrado el sueño secreto de la mayoría de los terrícolas: detener el tiempo.

Al final de la década del setenta, en el Teatro García Lorca de La Habana , la vi bailar por primera vez. Aplaudí su adagio del Lago de los Cisnes con el deslumbramiento de quien asiste a la revelación de un misterio, a la escenificación de una leyenda.

Ella había convertido unos pocos minutos en el escenario en un poderoso símbolo artístico. Luego de la función le expresó a un periodista: “En cualquier oficio hay que buscar la perfección... Créame, no hay incógnitas en mi baile, solo trabajo, constante, infinito, sin retención”.

Las personas que la ovacionamos aquella noche sabíamos que la perfección de sus doncellas-cisnes, de su ingrávida Giselle, de la electrizante Carmen, constituye un enigma que muy pocas bailarinas logran descifrar jamás.

Y cuando parecía que en la Tierra quedaban pocas reinas como las que habitan los cuentos de “Había una vez”, Alicia desafió los pronósticos y se negó a abdicar. Ahora, su arte se multiplica en numerosos proyectos, clases magistrales y a través del Ballet Nacional de Cuba, uno de los rostros de nuestra identidad.

Desde los más disímiles lugares, a orillas de un lago ruso, o en lo alto de un rascacielos de Malasia, una persona con computadora y teléfono tiene acceso a Alicia Alonso. En Internet hay un sitio que ofrece muchísimos datos sobre su trayectoria con fotos, fechas y reseñas. Sin embargo, ninguna página web es capaz de guardar la emoción que sintió este cronista cuando la vio bailar por primera vez.

El 21 de diciembre, al escuchar junto a una taza de café los noticieros de la mañana que anunciaban el cumpleaños de Alicia, pensé que entre mis mejores recuerdos figura aquella noche, hace casi treinta años, cuando un frágil cisne de amor me enseñó que el mundo pertenece a los que no se cansan y que el corazón de una mujer transformada en ave puede detener el tiempo.
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