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jueves, 21 de mayo de 2009

NAVEGANDO EN EL QUEEN MARY.


Por: Lázaro Sarmiento

Jumbo era un elefante oriundo de Abisinia que después de ser mostrado en París, Londres y Estados Unidos murió atropellado por una locomotora. También se hablaba del barco más grande (Queen Mary) y de los edificios más altos del mundo (Empire State, entonces), así como de una excursión al campo en automóvil dirigida por el tío Felipe… Esto es lo que nunca he olvidado del libro de lectura general para niños descubierto en un closet de la casa de mi abuela (otra vez la casa de Santos Suárez, siempre sale en los escenarios felices). No puedo afirmar que ese fuera el primer libro que leí en mi vida, pero sí es el más antiguo que recuerdo.

Ya se sabe, donde la memoria falla, la imaginación trabaja.

Otro de aquellos primeros libros fue Así es mi país, de Antonio Núñez Jiménez, con un dibujo que me impresionó muchísimo: el mapa de Cuba atravesado por flechas que indicaban las rutas de los ciclones que habían azotado la Isla. Los 500 millones de la Begun, de Julio Verne, y El último de los Mohicanos, de Fenimore Cooper, también estaban en mi biblioteca infantil. Ahora vuelvo a esos libros con la ilusión del artista que reconstruye su antiguo teatro de sombras chinescas.
Luego llegaron los libros mayores. Aunque, como decía Lezama, “cualquier buen libro leído es el libro mayor. O cualquier buen libro es el libro, porque mayor es un grado bélico que le sobra a la lectura”.

lunes, 20 de abril de 2009

Libros que pinchan
Por: Lázaro Sarmiento

El Directorio Telefónico de La Habana, edición de 1957 en intimidad con la Poesía, de Pablo Neruda, y La Ciudad de las Patrañas, de David Mamet, y muy cerca de La ínsula fabulante. Mi biblioteca tiene dos categorías de libros que se contaminan mutuamente: los que disfruto como lector puro (este término es solo provisional) y los que constituyen herramientas de trabajo. Por otra parte, observo como no todo el mundo ve como algo natural la cantidad de libros que acumula la gente que le gusta la lectura, redacta artículos, escribe programas o realiza investigaciones.

En un texto de 1990, Cómo justificar una biblioteca privada, Umberto Eco pone como ejemplo de una situación obvia al visitante que entra en su casa, cuya vasta biblioteca no puede pasar inadvertida, entre otras cosas porque no hay nada mas, y dice: ¡Cuántos libros¡ ¿Los ha leído todos? Seguidamente Eco observa: “Se puede decir que se trata, con todo, de personas que tienen una noción de la estantería como depósito de libros leídos y no de la biblioteca como instrumento de trabajo, pero no basta. Creo que, ante muchos libros, cualquiera cae presa de la angustia del conocimiento, y finalmente se desliza hacia la pregunta que expresa su tormento y sus remordimientos”.

Un directorio telefónico no se lee de la misma manera que una historia de Haruki Murakami , ni tampoco pertenece al tipo de libro que la mayoría de las personas vincula al concepto tradicional de biblioteca personal. Pero cuando indagué por determinados cines y bares para un trabajo sobre varias esquinas habaneras que eran como pequeñas capitales dentro de algunos barrios, el frágil directorio telefónico con sus páginas amarillas y sus ilustraciones me resultó una herramienta de extraordinaria utilidad. Este volumen esperó muchos años antes de ofrecerme sus datos. Y lo hizo con una nostalgia táctil que , por ahora, Internet carece.

Hay algunos libros "no leídos" que ocupan un lugar en el estante de la biblioteca por misteriosas razones. Puede suceder que transcurra un largo tiempo hasta que el día menos esperado uno de esos títulos dormidos despierte nuestra atención . Y sobre otros libros no llegaremos jamás a saber si nos hubieran gustado porque nunca los leeremos. Las bibliotecas privadas existen también para provocarnos. Pero desconocemos el momento en que ocurrirá el pinchazo.

domingo, 10 de agosto de 2008


Vida íntima de los reyes.
Por: Lázaro Sarmiento

“Se ha dicho que si la nariz de Cleopatra hubiese sido un centímetro más larga, habría cambiado la historia de la humanidad. El dicho es quizás exagerado, pero no cabe duda de que el tamaño de la nariz de Cleopatra influyó en la vida del César, y por ende, en la de Roma y en la del mundo, por lo menos tanto como la oratoria de Cicerón, la soberbia de Pompeyo o la pasión cívica de Marco Bruto”.

Hace un tiempo encontré en una librería de viejo de la calle Colón de La Habana un volumen que “regiamente” esperó hasta hoy por mi atención entre un montón de lecturas pendientes: En los Palacios Reales. Vida íntima de los Reyes. La autora firma como Duquesa de Fernennwald. Traducción de Plácida Cañizares de Varela. La obra fue publicada por la Biblioteca de Alta Sociedad, México, 1944.

En el prólogo, la escritora cuenta que fue confidente del Rey A. de B., iniciales que ocultan el verdadero nombre del monarca a quien sirvió. La historia de los personajes alcanza los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Dice la duquesa que su jefe quiso conocer, además de las corrientes políticas y de las intrigas diplomáticas que agitaban el mundo moderno, las intimidades de los palacios. A ella le correspondió el singular privilegio de prestarle ese servicio.

“Durante lustros viajé por las naciones todas, asistí a recepciones y fiestas, penetré en los gabinetes privados de los poderosos, conocí sus flaquezas y develé sus secretos”

Dejando a un lado la nariz de Cleopatra, el libro de la Fernennwald constituye una mezcla de chismes de alto vuelo, anécdotas históricas, información bien organizada y un lenguaje periodístico agradable que sorprende a ratos por sus juicios y análisis políticos.

Sobre la identidad de la duquesa no hay rastros en internet por la sencilla razón de que Fernennwald es un seudónimo. Encontré que la Librería Vetusta, de La Coruña, España, especializada en títulos viejos, antiguos y usados, mapas y postales, ofrece en su página web este añejo libro por 15 euros.

Sobre uno de los personajes de En los Palacios Reales. Vida íntima de los Reyes, leo que, mucho tiempo después de los sucesos narrados por la autora , Vladimiro de Rusia falleció de muerte repentina en Miami y su hija María y su nieto no han podido ser ni zarina ni zarevich porque un competidor familiar reclamó tales derechos para nada.
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